Marie Fredriksson (61 años), la cantante de la banda de rock sueca Roxette, tuvo que enfrentarse a una gran dosis de medicamentos, sesiones de radioterapia, complejas operaciones y, muy especialmente, una voluntad de hierro, superación personal, fuerza mental, paciencia y esperanza.
Semejante experiencia de vida, la llevó a querer contar su historia “sin rodeos para que la gente sepa lo que supone pasar por lo que a mí me tocó vivir”, explica. Las secuelas generadas por el tratamiento con radioterapia le provocaron problemas visuales en el ojo derecho, auditivos, motores -un pie se le tuerce solo y vive con el temor de caerse-, y de orientación y memoria. “Listen to my heartt” es el título que hace referencia a su gran éxito de 1988 y que hoy representa el resumen de una parte de su vida que la marcó para siempre.
“Lo peor fue el principio”, aclara. No solo por verse obligada a vivir con una enfermedad de la noche a la mañana, de seguir ejerciendo las mismas funciones de una madre sana a pesar de los síntomas o de tener que someterse a diversas operaciones y sesiones de radioterapia, sino también por el acoso que sufrió por parte de los medios de comunicación.
Durante largos meses, los periodistas se agolparon frente a la puerta de su casa a la espera de una exclusiva. Un diario incluso llegó a publicar en portada que el tumor se le había extendido por todo el cuerpo. Algo que no era cierto en lo más mínimo.
“Pasé trece años de mi vida bajo el estigma del dolor, pero nunca me di por vencida y no me voy a rendir. Voy a seguir peleando hasta que no pueda más. Fue un milagro que sobreviviera”, describe la cantante.
También sufrió una gran crisis interna. Estaba atormentada por la idea de que los que estaba viviendo serían sus últimos minutos de vida. “Había épocas en las que no dejaba de darle vueltas a la enfermedad, después llega un momento en el que uno ya no tiene fuerzas para seguir hablando de ella”, relata.
El tratamiento también influyó en su imagen exterior. Perdió el pelo y se le hinchó la cara de tal forma que la gente no era capaz de reconocerla. Un duro golpe que la deprimió. “Si uno no pasó por esto, no puede entenderlo”, expresa Frederikson, que confiesa que durante años fue incapaz de pronunciar la palabra “tumor” o entrar al hospital sin echarse a llorar.
“Las dificultades de la vida no terminan nunca. No se puede vivir sin dolor. Pero, aún así, también reconoce momentos de felicidad. Ahora aprendí a alegrarme por las pequeñas cosas. Un rayo de sol, ver cómo brotan las hojas en los árboles, un bocadito de paté. Por fin creo que me reconcilié con la idea de que padezco una lesión, consecuencia de la radiación, y que tengo que vivir con ella”, concluye emocionada la artista.
